Los expertos alertan contra el confinamiento prolongado: puede ser más perjudicial que saludable.
Han pasado exactamente seis meses desde que se detectó el primer caso de Covid-19 en Quintana Roo (marzo 13). Desde entonces —de acuerdo con las cifras oficiales— se han infectado poco más de 11 mil personas y han fallecido alrededor de mil 500, aunque los nuevos modelos de cálculo indican que ambas cantidades deben multiplicarse por tres. Como sea, hoy la curva marca una tendencia decreciente, que animó a las autoridades a pasar del semáforo rojo al naranja, y ahora al amarillo, aunque se sigue reiterando el mensaje, que no deja de ser contradictorio, de que hay que mantener todas las medidas de precaución.
La medida máxima de precaución, y sin duda la más efectiva, es el confinamiento total, cortar por completo los contactos con el exterior (o limitarlos a su mínima expresión), y el mandato que recibimos sigue siendo explícito al respecto: si no tienes nada indispensable qué hacer, quédate en casa.
Es evidente que una parte considerable de la población tiene que salir, sobre todo por razones de trabajo. Otros lo hacen por motivos prácticos (ir de compras, visitar al médico, hacer ejercicio), y un porcentaje creciente tiene la certeza de que puede interactuar socialmente, con un mínimo riesgo de contagio, si usa un cubrebocas y mantiene la sana distancia. De alguna manera, le han perdido el miedo al bicho (o están hartos del encierro).
En ese escenario, hay un grupo colocado en el extremo opuesto de la balanza. Es imposible calcular su número (ningún país lo ha hecho, ni siquiera lo ha intentado), aunque algunas estimaciones arrojan que podría abarcar entre un 5 y un 15 por ciento de la población. Son, por decirles de alguna manera, los confinados extremos, personas que por voluntad propia llevan 180 días aisladas por completo del mundo exterior.
Cero salidas a la calle, contactos sociales nulos, encuentros familiares mínimos, compras con entrega a domicilio, comunicación con el exterior por medio electrónicos: esas son las pautas habituales de conducta, que desde luego pueden variar en cada caso.
La situación es similar a la que viven los astronautas que pasan meses en la estación espacial, aunque los viajeros de la estratósfera tienen una ventaja ocupacional: siempre están atareados cuando están despiertos (no se puede hablar de día o de noche, porque los ciclos de luz y penumbra duran 90 minutos cuando están en órbita)
Los presos del coronavirus tienen que enfrentar un enemigo insidioso: el ocio. Y el antídoto, por lo general, es fijar la vista ante una pantalla encendida: la televisión, el celular, la computadora. Aunque eso de fijar la vista es un decir: las tres pantallas pueden estar prendidas en forma simultánea y los ojos brincar de una a otra. Sólo así se pueden explicar las estadísticas, que indican que en México las televisiones permanecen prendidas once horas al día; los celulares, más de nueve; Facebook, cuatro y media; Twitter, tres y cuarto; Instagram y otras redes, cerca de tres. A eso habría que agregar las conferencias vía Zoom, los videos de YuoTube, las sesiones de Spotify y las llamadas por Face Time, que en conjunto —más que una manera de comunicar— se están convirtiendo en una forma de vivir.
Desde luego, no hay manera de cuestionar a quienes se han encerrado a piedra y lodo. El coronavirus es un bicho asesino y cualquier estrategia para evitar que entre en tu vida es más que válida. Pero hay que estar atentos: tanta pantalla luminosa, tan pocos contactos sociales y tan extremo aislamiento, pueden no resultar nada saludables.
De hecho, los expertos advierten sobre la propagación de un enemigo igual de insidioso que, si bien no mata, tampoco deja vivir: la depresión.
Muy similar a lo que sucede con los presos comunes (cuya sicología se ha estudiado en forma exhaustiva), después de un encierro prolongado (180 días, por ejemplo), los cautivos del coronavirus tienden a mostrar ese desorden psíquico: ansiedad (no saber qué va a pasar), miedo (a la muerte, a la pandemia, a contraer otra enfermedad), insomnio (desórdenes del sueño), inapetencia o glotonería (desórdenes del apetito), cambios de estado de ánimo (agresividad, melancolía, tristeza profunda, y con mucha frecuencia, pensamientos negativos). Están deprimidos, pero no lo saben. Como los reos, se van aislando del exterior, limitan los horizontes de su propio mundo a lo que tienen a su alcance.
Es un panorama sombrío, pero real. El confinamiento extremo es muy efectivo para mantener a raya al Covid-19, pero sus efectos sobre la salud también pueden ser catastróficos. Es una cruel paradoja: por librarte de un bicho, se te puede complicar mucho la vida. Hay que estar atentos…
La vida sigue
Cancún tiene una condición que no puede presumir casi ninguna ciudad del mundo y de México: sus fundadores están vivos. Salvo unas pocas y lamentables excepciones, aún están entre nosotros quienes imaginaron el centro turístico, quienes trazaron la ciudad, quienes inventaron la marca, quienes crearon el municipio y quienes lo convirtieron en la marca mexicana más reconocida a nivel mundial.
Eso fue lo que animó a la Sociedad Andrés Quintana Roo a programar un ciclo de 24 conferencias, entre los meses de enero y marzo, que tenían como objetivo recoger el testimonio de los protagonistas de nuestra historia. La lista incluía a los autores intelectuales del proyecto, pioneros de larga data, exgobernadores y exalcaldes, empresarios del pasado remoto y testigos excepcionales de los primeros 50 años de vida de la ciudad.
En la Biblioteca Nacional de la Crónica, con un público inesperado por su cuantía y por su interés, el ciclo empezó con buenos auspicios. Nueve martes consecutivos el salón plenario de la biblioteca se llenó de historias inéditas, de datos curiosos, de recuerdos vívidos, de preguntas y respuestas, en dos palabras, de historia viva. Todo marchaba sobre ruedas hasta que se presentó un visitante inesperado, el coronavirus, y la prudencia obligó a posponer el ciclo.
Lo mismo que la estancia del bicho, han pasado seis meses desde entonces. Hace mes y medio tratamos de reanudar, pero una escalada en los contagios nos disuadió. Ahora, con el semáforo sanitario en un claro color amarillo, vamos a reiniciar este martes 22 de septiembre con todas las precauciones del mundo.
Para empezar, la sesión será virtual. Nuestro siguiente expositor, el doctor Kemil Rizk, fue director de Fonatur durante la más violenta expansión que ha sufrido la zona turística (y también la ciudad), pasando de 6 mil a 18 mil cuartos de hotel en poco más de cinco años, de 1984 a 1989. En ese lapso, Cancún superó a Acapulco en capacidad instalada y se convirtió en el primer destino turístico del país.
La crónica de esa hazaña, en boca de uno de sus forjadores, podrá ser atendida a parir de las 19:0 horas por tres vías electrónicas: Facebook, YouTube y Zoom.
Sólo unos pocos invitados especiales, con tapabocas y sana distancia, estarán en el recinto (para no dejar solo al orador). Esa será la tónica de las siguientes sesiones, otra vez cada martes, hasta concluir el ciclo hacia finales de octubre, siempre y cuando no vuelva a interferir el Covid. Si bien sabemos que el bicho no se ha ido, esperemos que tenga la decencia de dejarnos concluir, aunque sea de manera intermitente, los primeros 50 años de historia de nuestra querida ciudad.
Jueves, 17 de septiembre
Un comentario y un par de dudas respecto al desplegado firmado por 675 intelectuales, exigiendo que López Obrador deje de hostigar a los medios y descalificar a sus adversarios.
El comentario: López Obrador, en efecto, se pasa de tueste. Pone por los suelos el discurso presidencial al personalizar sus ataques, que si Reforma (al que llamó inmundo pasquín), que si Aguilar Camín, que si Krauze. Es burdo y provocativo, y está fuera de foco cuando invoca su libertad de expresión, porque está investido de un poder inmenso y pone en un riesgo real a quienes ataca. Otro tache para Andrés Manuel.
La primera duda: ¿quién hizo la lista de abajo firmantes? En esencia se trata de intelectuales, por decirle de alguna manera a la gente que trabaja con la cabeza: maestros universitarios, investigadores, artistas plásticos, músicos, literatos, poetas, ambientalistas, revueltos con políticos con barniz académico (por ejemplo, Otto Granados Roldán, exvocero de Salinas), y empresarios opositores (Claudio X. González). En conjunto, un tutifruti que claramente sacrificó la calidad por la cantidad.
La duda mayor: si el desplegado era “En defensa de la libertad de expresión”, ¿dónde están los periodistas? Hay algunos nombres sueltos (Héctor de Mauleón, Humberto Musacchio, Ana Francisca Vega, Marco Levario, Fernanda Familiar), pero la plana mayor del periodismo está ausente (digamos Carmen Aristegui, Joaquín López-Dóriga, Carlos Loret de Mola, Víctor Trujillo “Brozo”, Pablo Hiriart, Raymundo Riva Palacio, Leo Zuckermann, Sergio Sarmiento, Rafael Cardona, José Cárdenas y un larguísimo etcétera). ¿No los convocaron? ¿No quisieron firmar? ¿No quisieron que firmaran?
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