Al menos 55 soldados del 247º regimiento de asalto aerotransportado cosaco murieron en combate, según ha recopilado de diversas informaciones y homenajes publicados en internet el diario Baynie Istori, declarado organización indeseable por las autoridades. Otro medio, Radio Liberty, reveló un vídeo del cementerio de la ciudad del que procede la unidad, Mijailovsk, donde un sinfín de tumbas recién cavadas se extendía en el horizonte en un mar de banderas del regimiento y coronas de flores.
A medida que avanza la guerra, cada vez son más los dramas que llegan a las familias. Hace un mes, el 8 de marzo, el gobernador de la región siberiana de Kemerovo, Serguéi Tsiviliov, apenas lograba escuchar de pie, tenso, a una mujer que le preguntaba por qué habían enviado a policías al frente: “Mintieron a todos, los traicionaron. Estaban en unos ejercicios militares y los enviaron como carne de cañón. ¿Por qué mandaron a nuestros chicos allí?”, le echaba en cara.
“Es una operación especial, no se podía contar a nadie”, trataba de responder el político. Entre los fallecidos en Ucrania figuran policías de la OMON, la unidad antidisturbios de la Guardia Nacional empleada para dispersar manifestaciones, pero que igual que otras unidades especializadas en combate firmaron contratos por los que pueden ser enviados al frente.
En las semanas siguientes ha sido constante el goteo de noticias y publicaciones en redes sociales donde los rusos han conocido más tragedias. “Lo dejaré en un año”, le decía un tanquista de 22 años a su prometida antes de la guerra. “Quería comenzar una vida tranquila, hablaba en serio sobre la boda, pero en lugar de la marcha de Mendelssohn, los familiares se reunieron para despedirse de Ruslán con la marcha fúnebre”, recogía una crónica del canal Tsargrad, una historia más de muchas. Según el Gobierno ucranio, 18.900 rusos habrían muerto en la campaña militar, y entre las bajas confirmadas figuran incluso varios generales y comandantes de alto rango.
En los canales públicos, rara vez aparecen las heridas de la guerra en su forma más cruda entre los rusos. El 28 de marzo, la primera televisión del país, Pervy Kanal, mostró una entrega de medallas a un grupo de mutilados en combate, mientras que el parte diario de la guerra que ofrece cada día el portavoz del Ministerio de Defensa, Ígor Koleshnikov, solo menciona los “objetivos” destruidos por sus fuerzas, como sistemas antiaéreos, tanques y lo que Moscú llama “infraestructura” del enemigo. En aquella entrega de condecoraciones estuvo presente el viceministro de Defensa de Rusia Alexánder Fomin. Su departamento ha reorganizado toda la dirección del frente tras alargarse 45 días lo que el Kremlin ha llamado oficialmente “operación militar especial para la defensa de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk”. El 25 de marzo, un mes después de comenzar la ofensiva, el alto mando ruso afirmó que se centraría en tomar la región oriental de Donbás tras un infructuoso avance por otros frentes al norte en torno a Kiev, y Járkov, así como un largo asedio contra la sureña ciudad de Mariupol, clave para unir el territorio controlado en Donbás con Crimea por la costa del mar Negro.
La ofensiva, ordenada por Putin en febrero, tiene justo un mes por delante antes de llegar al simbólico 9 de mayo, el Día de la Victoria. Tanto Ucrania como Rusia celebran cada año la fecha en la que la Unión Soviética logró la capitulación alemana, aunque Kiev cambió en 2015 su nombre por Día de la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial para distanciarse de Moscú y su Gran Guerra Patria.
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